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Episodio 1 – Papá, tengo risa en la voz

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Episodio 1 - Papá, tengo risa en la voz
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Texto de la transcripción

Héctor: La música es algo que ha estado presente en mi vida desde que tengo memoria. 

Escucharla me transportaba a lugares que nunca antes había visto, me hacía sentir emociones que nunca antes había experimentado. 

El sonido tiene un poder especial, una capacidad única para tocar la fibra más profunda de nuestro ser y conectarnos con nuestras emociones más íntimas. Es por eso que, desde pequeño, me he sentido atraído por el estudio de esta disciplina. 

Hoy, como experto en el tema, estoy emocionado de poder compartir contigo todo lo que he aprendido a lo largo de mi vida, todo lo que la música y el sonido pueden hacer por nosotros.

Diana: Te damos la bienvenida a Glocal Sound Podcast, una experiencia inmersiva donde exploramos el fascinante mundo del sonido y su impacto en nuestras emociones. Soy Diana Núñez,

Héctor: y yo Héctor González-Sánchez.

Diana: Gracias por acompañarnos en esta aventura sonora.

Héctor: Durante mis más de 30 años de carrera en el mundo de la música he tenido una relación cada vez más estrecha con el sonido. 

Con 8 años comencé a estudiar lenguaje musical y piano. Después me enamoró la armonía, la composición y la producción musical. 

He sido pianista y teclista para artistas en giras nacionales e internacionales. 

Me he dedicado más de 12 años a componer bandas sonoras para obras escénicas y audiovisuales junto a grandes exponentes de la Cultura española. 

He ayudado a levantar una empresa de canciones personalizadas que ha creado más de 40.000 canciones originales en menos de 6 años.

Curiosamente, cuanto más he ahondado en el estudio del sonido y la música, con más fuerza ha surgido en mí una pregunta:

¿Qué es el silencio?

Diana: Al intentar responder esta duda, vienen a la mente distintos enfoques. 

Podríamos intentar responder, por ejemplo, desde la perspectiva 

de la musicología, 

de la física, 

de la sociología, 

de la psicología, 

de la filosofía

o incluso desde las matemáticas…

Y conforme nos adentramos en la madriguera, observaremos otras cuestiones relacionadas…

¿Existen distintos tipos de silencio?

¿Cómo experimentamos el “silencio” antes, durante y después de escuchar una obra musical?

Héctor: Personalmente, tengo una analogía favorita para describir el silencio:

Recuerdo haber leído en una revista científica una hipótesis que imaginaba lo que hubo antes del origen de nuestro Universo.

Lo definían como una especie de “vacío latente”, donde la materia aún no existe como tal, sino que es una especie de “sopa cuántica”. 

Un “vacío” repleto de sub-partículas atómicas con un inmenso “potencial” energético. 

Y, en un momento dado, una gran parte de ese potencial, a raíz de un proceso vibratorio, se concentra en un punto a una altísima presión, explotando en el Big Bang, el origen del Universo.  

Mi padre, Antonio González Beltrán, nació en el exilio argelino en 1940. Comenzó su carrera en las tablas en el papel de bebé meón junto a mis abuelos y tías en una compañía itinerante de teatro español. 

Esa fue la semilla de “La Carátula”, una de las compañías de teatro independiente más longevas en España, fundada y dirigida por mi padre desde 1964.

Diana: Antonio definió La Carátula, entre otras cosas, como pionera en el arte de la cuentería. A través de esta compañía, se pusieron en pie numerosos espectáculos y se organizaron festivales, que culminaron con el Festival Internacional de la Oralidad.

Héctor: Pero él no fue el único artista en mi familia. 

Mi madre, Pilar Sánchez Martínez, nacida en Elche en 1946, comenzó a estudiar danza a los 12 años en el Institut del Teatre de Barcelona y fundó su propia Escuela de Danza en Elche en 1963. 

Hoy en día, su escuela sigue abierta, dirigida por mi hermana Sonia, y cumple 60 años de actividad ininterrumpida.

Diana: La Escuela se ha convertido en un referente de la danza en la provincia de Alicante y es miembro del Consejo Internacional de la Danza de la UNESCO.

Héctor: Así crecí: entre cuentos, bambalinas, cables, focos, equipos de sonido, ensayos y actuaciones.

Recuerdo como si fuera ayer la emoción de estar en el patio de butacas justo antes del comienzo de aquella, mi primera vez en el teatro. 

El murmullo del Gran Teatro de Elche en la penumbra, y el gesto de mi padre, desenfadado, amable y divertido, que en mí se transformó en un profundo respeto hacia lo que iba a suceder al levantarse el telón. 

Entonces, se creó un silencio expectante en la sala. Era un silencio atronador. Podía escuchar el corazón en mi pecho.

Y desde ahí… el sonido, la música, la luz, la acción.

Otro de mis recuerdos de infancia está anclado a las puertas de la Basílica de Santa María, donde se representa el Misterio de Elche, un auto sacramental que se pone en escena cada año desde hace cinco siglos. Tengo grabado en mi corazón el contraste entre el pequeño hilo de las voces blancas cantando a capella, seguido por un estruendo de campanas, cohetes y el órgano, resonando en todo el templo junto al grito de la audiencia a coro: “Visca la Mare de Deu”.

Al salir de aquella representación, me sentía transportado a una dimensión donde el tiempo y el espacio existen de un modo muy diferente. Mi padre me cogió en brazos y, sin saber cómo definir la inmensa emoción que sentía, le dije al oído: “Papá, tengo risa en la voz”.

Diana: “Existen ciertas clases de silencio que te hacen caminar en el aire.”

Cecilia Ahern

Héctor: Después, llegaron las bandas sonoras de John Williams, embobado frente al televisor.

Y las largas horas de escucha de música clásica y de compositores españoles que mi madre usaba en las coreografías para sus ballets.

Y mis visitas fugaces a la Escuela de Danza, donde me quedaba embelesado viendo tocar a la pianista acompañante en las clases de Ballet que impartía mi madre…

Ahí aprendí lo que era un “plié”, un “tendú”, un “arabesque” y toda la nomenclatura del lenguaje de la danza clásica.

También presencié de niño muchas horas de clases de Danza española, a veces con zapatillas de media punta, a veces con castañuelas, a veces con zapato de flamenco.

De esa Escuela también salió mi hermana Tasha, que a los 18 años se fue a estudiar a “Amor de Dios”, la escuela de flamenco por excelencia, de Madrid. 

Diana: Tacha González es co-propietaria, directora artística e intérprete de Las Carboneras, uno de los tablaos de referencia del flamenco a nivel internacional.

Héctor: Mis padres se divorciaron cuando tenía 3 años y mi tiempo se repartía entre dos espacios:

Una casa más bien apolínea, la de mi madre, donde predominaba el orden, la alimentación sana y una cierta sensación de soledad que propiciaba la introspección…

y otra casa, la de mi padre, que podríamos denominar “Dionisíaca”, donde el rito principal ocurría alrededor de una gran mesa donde no faltaba el vino, el queso, las buenas historias y las compañías más diversas. La entrada estaba presidida por aquel jocoso cartel que rezaba:

“Se hace saber que aquí vive un comediante, cuyo oficio repudian clérigos y soldados, enoja a políticos y usureros, abjuran escribanos e fijosdalgos, porque su bolsa es endeble, su verbo maligno y se acompaña de poetas e otros menesterosos que dicen vivir de sus artes malsanas, porque no han de rentas. Queda advertido.”

Diana: A finales de los ochenta se premió el espectáculo “Aerolitos”, de la compañía La Carátula, en el  Festival OFF de Avignon, entre más de cuatrocientos espectáculos. 

Este Festival es hoy día uno de los espectáculos vivos más grandes del mundo.

Héctor: En una de esas idas y venidas veraniegas a Francia, mi padre me llevó consigo a través de los Pirineos en el Seat Panda de Cristina. 

Diana: Cristina Maciá, fue la segunda mujer de Antonio. Formaba parte de La Carátula como actriz y bailarina y fue la directora de aquella obra, Aerolitos, un espectáculo de danza teatro, basado en textos del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory.

Héctor: Estaba anocheciendo en Andorra y entramos en una tienda de electrónica. Me quedé mirando embelesado un pequeño pianito, un sintetizador Casio PT-1. 

Fue amor a primera vista.

Creo que aquello fue en lo que más he insistido a mi padre en mi vida.  Sin embargo, él no lo veía nada claro y se cerró en banda. Salimos de la tienda y mi cara debía reflejar una tristeza enorme. No había nada que hacer. Ya había claudicado. 

En ese momento yo era un niño de 8 años, no demasiado extrovertido, e imagino que tanta insistencia por mi parte debió sorprenderlo. Nos quedamos fuera de la tienda un buen rato en silencio. 

Él estaba pensativo…

Se debió enternecer y repentinamente me dijo:  “Vale Héctor, vamos adentro.”

Muchas veces no somos conscientes de cómo una decisión tan pequeña puede cambiar el rumbo de toda una vida.

Entramos de nuevo justo antes de que el señor cerrase su tienda y mi padre me compró aquella maravilla. Mi primer teclado. 

Diana: “El silencio es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños.”

Elsa Triolet

Héctor: Al día siguiente llegamos a nuestro destino. 

Una granja en medio del campo, no demasiado lejos de Toulouse, en el sur de Francia.

Yo no me había enterado muy bien de lo que íbamos a hacer allí. 

“No te preocupes, Héctor, te lo vas a pasar muy bien con Monsieur Tournant. Vas a poder montar a caballo, ordeñar las vacas y jugar con las gallinas.”

Y allí me quedé. Sin saber ni papa de francés, con aquel señor que debía tener unos 70 años y que no hablaba ni papa de español.

Mi padre debía estar súper liado esos días y supongo que él pensó que sería una buena idea todo aquello y lo hizo con su mejor intención. 

Desde luego sí fue un momento de crecimiento personal. 

Ese niño se sintió asustado, abandonado y la tristeza se fue tornando en rabia con el paso de los días. No obstante, tenía entre sus manos una poderosa herramienta de expresión y en eso se refugió.

Di mis primeros conciertos para un público muy particular: tanto vacas como gallinas parecían escuchar atentas y parecían reaccionar creando una danza improvisada al son de mi Casio PT-1.

Aquella fue la primera vez que intenté expresar mis emociones con el sonido.

Diana: “Siempre he amado el desierto. Uno se sienta en una duna de arena del desierto, no ve nada, no oye nada. Sin embargo, a través del silencio algo palpita, y brilla.”

Antoine de Saint-Exupéry

Héctor: Al cabo de una semana regresó mi padre y fuimos a dar un paseo por el campo.

Yo seguía cabreado como un mono.

Hubo un momento en el que empezamos a escuchar muchos insectos volar cerca de nosotros.

Él dijo: “Son moscas, espántalas”.

Hice el gesto de espantar las moscas para alejarlas de mi oído, pero resultaron ser abejas y una de ellas me picó en la mano.

Eso fue el colmo. El dolor del picotazo abrió la puerta del llanto y con él, la liberación de toda la acumulación emocional de la semana…

A nuestro regreso a Elche todo sucedió muy rápido. 

Mi madre vio que pasaba todo el tiempo con el “pianito” y un día me preguntó si quería ir a clases de música.

Yo le pregunté

“¿Y qué es eso?”

Los primeros años estudié por libre con Manola Rico, una señora menuda pero muy enérgica que caminaba rapidísimo con sus tacones. 

Yo iba entre las 12 y las 3 de la tarde, cuando teníamos un descanso los que no íbamos al comedor del colegio.

Siempre nos dejaba llegar antes de la hora y cogíamos las llaves de la escuela de música en la tienda de Juguetes Rico, un sitio mágico en cuya puerta ponían el rey Baltasar todas las navidades para que los críos echáramos nuestra carta a los reyes.

Abríamos la persiana y podíamos tocar el piano, o jugar, mientras llegaba Manola.

Sabíamos que llegaba porque su rápido caminar era muy característico, se escuchaba de lejos su toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc y entonces arreglábamos rápidamente el desaguisado de turno que habíamos liado y nos sentábamos  a repasar nuestros ejercicios de solfeo o de teoría musical.

Diana: Manola tenía la maravillosa habilidad de atender a chavales de todas las edades y niveles a la vez y, según cuentan, hubo momentos en que llegó a hacerlo mientras, además, hacía unos huevos fritos en la cocina para dar de comer a sus hijos.

Héctor: Todos aprendíamos de todos. Nos escuchábamos tocar o cantar y los mayores nos ayudaban a los más peques con las cosas que no entendíamos. En esas clases siempre hubo un clima de admiración, cariño y respeto mutuo.

Ahí comencé a aprender que la música también podía ser diversión, juego, comunidad, tribu, pertenencia.

Héctor: Al cabo de unos años comencé a ir al Conservatorio para regularizar mi educación musical en un entorno oficial. 

Diana: El Conservatorio Profesional de Música de Elche está escondido en un huerto de palmeras. 

Además de por sus fábricas de zapatos, Elche tiene cierta fama, sobre todo, por dos de sus tres Patrimonios de la Humanidad otorgados por la UNESCO.

Uno es el Misterio de Elche.

Y otro, el Palmeral.

Héctor: Tengo la teoría de que mi “pueblo” exporta tanto talento cultural (además de calzado) por su larguísima tradición teatral y musical, así como por su posición estratégica en una ruta comercial próspera y milenaria que fue el origen de la ciudad y del Palmeral.

Algo debe tener el polen de palmera.

De aquella época me llevo varias cosas:

Mis clases privadas con Emma Castejón, quien me enseñó la importancia del impulso, la intención, la disciplina y la constancia en la música. Me ayudó a crecer muchísimo con mi técnica pianística.

Y después, del Conservatorio, me llevo haber aprendido qué es la Música de las Esferas y mis clases de música de cámara con Gabriel, donde aprendí a tocar junto a otros músicos.

Ah, bueno, sí. También me llevo la imagen de mi padre abrazado a una columna y asomando la cabeza nervioso mientras me examinaba de quinto de piano ante el tribunal, un caluroso día de junio.

Recuerdo como si fuera ahora mismo el momento en que se me erizó todo el cuerpo al leer sobre La Música de las Esferas, también conocida como la Armonía de las Esferas. 

Diana: Se trata de una teoría antiquísima que conocemos a través de la escuela pitagórica, creada en el siglo VI antes de Cristo. Dicha teoría estaba basada en la idea de que el universo está gobernado según proporciones numéricas armoniosas y que el movimiento de los cuerpos celestes se rige según proporciones musicales.

Héctor: De algún modo siempre he tenido la noción de que hay un orden mayor que nosotros, una inteligencia vital que sustenta nuestra existencia. E intuitivamente sabía que la música me ayudaba a conectar con ello. 

Por eso al leer sobre Pitágoras y sus descubrimientos fue como si un rayo me atravesase y me cargarse de energía, indicándome que andaba el camino correcto.

Diana: También supo que un milenio más tarde esta teoría fue más allá y evolucionó hacia tres categorizaciones de la música:

– La música mundana, producida por los cuerpos celestes.

– La música humana, que es un fractal relacionado a la anterior y que expresa los movimientos internos del alma (o la psique y las emociones).

– Y la música instrumental, que es la producida por los instrumentos, y es una materialización en nuestro plano físico de las dos anteriores.

Héctor: Estas ideas siempre me han inspirado y, en mi experiencia, hay mucho más en ellas que pura fantasía.

Aquel fue mi primer encuentro con Pitágoras. Pero no sería el último.

Llegó el año 1992.

Mientras se daba un nuevo impulso a la Unión Europea con el Tratado de Maastricht, Pablo Escobar se fugó de la cárcel en Colombia, en Barcelona se preparaban los Juegos Olímpicos y, en Sevilla, La Expo… 

Mi padre y su compañía se organizaban para pasar varios meses en Barquisimeto, Venezuela. 

Habían sido invitados para montar cinco espectáculos del repertorio de La Carátula, con la compañía residente en el Teatro Juares. 

Diana: Venezuela en ese momento acababa de pasar por el primer intento de golpe de estado contra Carlos Andrés Pérez y la situación en el país estaba bastante tensa.

Héctor: Llegó el verano y, completamente ajeno a todo esto, viajé a Venezuela por primera vez para pasar la mitad de mis vacaciones con mi padre.

La primera sensación, al salir del aeropuerto de Maiquetía, cerca de Caracas, es ese bofetón de aire cálido y húmedo del trópico. 

Todo era distinto a cualquier cosa que hubiera conocido: los sonidos, la música, las personas, el lenguaje, la luz, los colores, la energía.

Tomamos un segundo vuelo para llegar a Barquisimeto, la ciudad musical de Venezuela por excelencia y cuna del gran director Gustavo Dudamel. Nos alojamos en casa de los Ceballos, Segundo y Mau, panas del alma de mi padre y familia desde que se conocieron.

La sensación de estar en otro país, conociendo otra cultura, otra forma de vivir, de algún modo había activado una nueva etapa en mi propio viaje del héroe.

Con 12 años había salido del umbral de lo conocido y ante mí se abría una aventura que prometía ser de todo menos aburrida. A partir de ahí encontraría nuevos retos y obstáculos pero también aliados y maestros que me ayudarían a superarlos.

Diana: “Silencio

Del latín silentium

1.- Abstención de hablar.

2.- Falta de ruido.

3.- Falta u omisión de algo por escrito.

4.- Pasividad de la Administración ante una petición.

5.- Toque militar que ordena el **silencio** a la tropa al final de la jornada.

6.- Pausa musical.”

Héctor: Todas las mañanas íbamos al teatro Juares y, antes de entrar, desayunaba un jugo de melón y una cachapa junto a mi padre.

Mientras mi tío Nazario trabajaba en la iluminación y la escenografía, y el resto de la compañía ensayaba la obra que tocara en ese momento, yo iba con mis partituras al Salón de Espejos, un lugar emblemático del teatro que imagino  en algún momento debió servir como sala de clase de danza, por la disposición de los espejos y el piano vertical que allí había.

Un día, mientras practicaba, se acercó a mí una hermosa mujer de cabello rizado, alta, con una mirada magnética.

Me dijo: 

– “Hola, Héctor. Veo que estás estudiando piano. ¿Quieres que te dé un pequeño truco?”

Su voz, dulce, profunda y mágica, sonaba con un acento exótico en mis oídos.

– “Mira”. 

Me dijo, retirando amablemente las partituras del atril.

– “Prueba a tocar estas tres notas al mismo tiempo”.

Yo estaba petrificado y me limité a obedecer.

– “¿Cómo suena? ¿Cómo se siente?”

Era la primera vez que alguien me hacía esa pregunta.

Y desde que jugaba con mi Casio PT-1 era la primera vez que tocaba un teclado sin leer una partitura. Aquella mujer me había hecho co-creador consciente de la emoción que se estaba generando.

Por supuesto, uno sabe cómo se siente un acorde mayor, aunque no sepa ponerle nombre.

”Suena tranquilo, alegre”

Le dije.

– “Vale. Ahora cambia esta nota por esta otra y toca de nuevo”.

Yo toqué. 

– “¿Cómo suena? ¿Qué es lo que sientes?”

Me preguntó de nuevo.

No sabía bien qué responder. Pero de algún modo sentía que la sala ya no estaba iluminada igual. Era como si hubiera pasado una nube.

“Es más oscuro”, le respondí.

– “Muy bien, Héctor, ¡lo estás sintiendo!”

Era la primera vez que me abría a sentirme recompensado por algo tan básico como sentir.

Así pasamos un buen rato, no sabría decir cuánto tiempo fue. 

Lo que sí sé es que la enseñanza adecuada, en el momento propicio, genera un nuevo espacio-tiempo vital para quien la toma.

En mi caso, supuso el inicio de mi vocación como compositor.

Y todo aquel cariño, recibido en no más de una hora, lo guardo en mi corazón como el oro más preciado.

Gracias, Hebe.

Diana: Hebe Rosell es cantante, compositora, musicoterapeuta y pedagoga, nacida en Buenos Aires y afincada en México.

Héctor: En conclusión, para mi el silencio es mucho más que la ausencia de ruido.

El silencio es ese espacio que contiene la vida que somos. 

El lugar donde se halla la Conciencia. 

Un silencio vivo desde donde surge nuestra presencia y todo acto creador.

Es el infinito desde donde nace toda vibración y el infinito donde se disipa. 

El inicio y destino de toda civilización, idea, cuerpo y proyecto.

Es la potencialidad precursora de todo Universo y el destino final de toda galaxia.  

Y, cómo no, donde finaliza este episodio.

Diana: Estás escuchando “Glocal Sound Podcast” un espacio auditivo centrado en generar conciencia sobre la relación entre el sonido y las emociones.

A lo largo de esta primera temporada, experimentaremos en primera persona las distintas dimensiones emocionales del sonido y la música. 

También nos adentraremos en distintas disciplinas relacionadas transversalmente como el cine, los videojuegos, las artes escénicas, la musicoterapia o el branding.

Hablaremos con expertos en estas disciplinas para entender cómo el sonido genera emociones y conexiones profundas y duraderas.

Te invitamos a escucharnos en los episodios que publicaremos mensualmente y a suscribirte en las principales plataformas de podcasting.

Para más información, visítanos en la web glocalsound.com

Gracias por tu escucha.

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